Editorial, por Ruth Alday

Voy cosiendo este número inmersa en ese complicado ejercicio de planificación, creatividad y paciencia, que llamamos “vuelta al cole”. Hace unos años, cuando escolarizamos a mi hija mayor, recuerdo haber comentado con mi compañero que estaba segura de que nuestros hijos vivirían -para bien y para mal- un aprendizaje totalmente distinto al nuestro, marcado por las nuevas tecnologías. A pesar de esa intuición, no puedo evitar algo de asombro cuando veo a mi hija de once años meter en la mochila, junto al estuche y los cuadernos, la tablet que usa todos los días en clase. Yo, nacida el siglo pasado, soy como dice Punset una “inmigrante digital”. Trabajo y disfruto todos los días con las enormes posibilidades de este mundo hipercomunicado y megainformado (y a la vez tan aislado y tan ignorante), pero al haber incorporado todas esas tecnologías a mi vida siendo ya adulta, conservo el placer de maravillarme con todas ellas y la virtud de asombrarme ante lo que pueden ofrecer de bueno.

Y una de las cosas que más me fascinan es la capacidad que tienen lo que llamamos “redes sociales” para unir y movilizar a personas con los mismos intereses, ideas y esperanzas. Ya sé, ya sé que hay una parte muy negativa en ello, pero por favor, ya que comenzamos curso, dejadme centrarme por una vez solo en lo positivo... Hace unos meses recibí el primer correo de la plataforma Avaaz convocando una movilización “mundial” contra el cambio climático. “Mundial” es una palabra muy grande pensé. Según iban pasando los días vi subir exponencialmente los firmantes del manifiesto que se iba a entregar a los gobiernos del mundo en nombre de los ciudadanos. El 22 de septiembre, cientos de miles de personas en ciudades de todo el mundo se manifestaban unánimemente y a la vez pidiendo lo mismo; que se tomen de forma inmediata medidas rotundas y efectivas para detener el daño que hacemos a este planeta. 2.000 ciudades, miles de pequeños pueblos, desde la impresionante marcha que cubrió la Gran Manzana y abrió la portada de los principales periódicos de todo el mundo al día siguiente, hasta los modestos grupos de amigos que se manifestaron en pueblos pequeños.

¿Qué tiene de especial esta “protesta”? Que demuestra que hay una conciencia de “ciudadano del mundo” que supera las nacionalidades y las fronteras, que hay intereses comunes a cualquier ser humano, y que somos capaces de unirnos de forma global para defenderlos y hacer oír una voz común. Y eso es una fuerza que puede, por primera vez en la historia y gracias a las redes sociales, cambiar el mundo. Con este pensamiento positivo y activo me gustaría empezar el otoño, concentrados en todas las puertas que una actitud pro activa nos puede abrir. Nuestro compañero Julián Marcilla nos ofrece en el artículo de cabecera un montón de consejos sobre alimentación y salud para cargar las pilas este otoño. Y para los que se reincorporan al estudio, el artículo de Paz Bañuelos sobre cómo facilitar el proceso de aprendizaje a través de la dieta macrobiótica es de obligada lectura. No nos olvidamos de que empiezan los primeros fríos y con ellos la época de catarros y gripes... Os invito a descubrir lo que los brotes de árboles y plantas pueden hacer frente a estos problemas en el artículo sobre Yemoterapia.

Desde la redacción de Vida Natural esperamos que nuestra revista sea una buena compañera en este “nuevo curso” que comienza, y os llene de fuerza y nuevas ideas.

Ruth Alday . Directora de Vida Natural.