LA PIEL Y EL FRÍO

La piel y el frío

¡Qué frío! Llega el invierno y, con él, los fríos, las lluvias, las nieves, los hielos… La estación con la que despedimos el año que se va y damos la bienvenida al esperanzador año próximo. Evidentemente, desde un punto de vista climatológico, es una estación en la que hace un frío “que pela”. Así que gorro, orejeras, guantes, bufandas, abrigos… son medios habituales de lucha contra las bajas temperaturas.

Biológicamente es una época hecha para la letargia. Días cortos y noches largas invitan al recogimiento. Los animales lo saben bien. Los que no migran, hibernan. Patológicamente es una estación donde predominan las infecciones. Especialmente de origen vírico: catarro común, gripe, bronquiolitis… Pero también se dan cuadros de origen bacteriano como las neumonías. De ahí la importancia de que nuestras defensas estén bien preparadas para combatir a todos los “bichos” que andan sueltos en invierno.

Desde un punto de vista del ocio y el tiempo libre, en esta estación se dan las circunstancias ideales para “ponernos las pilas” con los deportes de invierno. Esquí, snow-board, patinaje sobre hielo… son práctica habitual entre la población general. ¡Qué diferencia con respecto al verano! Con su sol, sus altas temperaturas, sus deportes de verano, su piscina, su playa… ¡Son dos estaciones completamente distintas! La verdad es que el verano y el invierno no tienen nada en común. ¿O sí? ¿Y si os dijera que hay un aspecto en el que el invierno y el verano tienen muchas similitudes? ¿Me creeríais? ¡Pensad! ¡Pensad! ¿A qué me estoy refiriendo? ¡Eureka! ¡Me refiero a la piel! Los efectos nocivos sobre la piel son idénticos tanto en invierno como en verano. ¿Os parece una locura lo que digo? ¡Lo explicaré!

Ya hemos comentado las características del invierno desde un punto de vista climatológico, patológico, de ocio y tiempo libre… ¡Pues bien! Dermatológicamente hablando, el invierno (el frío) lo que hace es deshidratar nuestra piel pudiendo llegar a quemarla. ¡Qué curioso! El verano, con sus altas temperaturas y su calor tiene exactamente las mismas consecuencias sobre la piel: la deshidrata, la reseca y la quema. Por lo tanto, los cuidados que deberíamos tener a la hora de tomar medidas para prevenir y tratar los problemas dermatológicos no difieren mucho entre el invierno y el verano.

Bien es cierto que en verano, al ir con menos ropa, tenemos más superficie corporal expuesta a la agresión solar. En invierno, en cambio, debemos centrar la protección en las escasas zonas que no llevamos cubiertas. Especialmente el rostro y las manos. En el mercado hay muchísimas formulaciones con presentaciones variadas (cremas, fluidos, suspensiones…) de sustancias para proteger la piel de nuestro rostro y manos. Lógicamente siempre voy a proponer el uso de productos naturales, respetuosos con nosotros mismos y nuestro medio ambiente (que al final somos un todo).

Dentro de los principios activos que sería ideal que llevara nuestro producto elegido no deberían faltar los aceites vegetales. Estos aceites son muy ricos en ácidos grasos. Y con estos ácidos grasos nuestras células “construyen” su membrana, es decir, la estructura que las rodea y las protege de las agresiones exteriores. Cuanto más fuerte y resistente sea esa “muralla” externa celular, mucho mejor va a soportar las agresiones térmicas del exterior.

Un aceite que no debe faltar es el aceite de argán. No debemos olvidar que dicho aceite, se cultiva en la zona noroeste de Marruecos y ha sido utilizado históricamente por las tribus berebere del desierto, para protegerse de los estragos del sol. Otro aceite, este ya “más nuestro”, que aporta muchísimos ácidos grasos “poliinsaturados” (los mejores para tener una membrana celular de excelente calidad), es el aceite de girasol. Estos dos aceites de los que hemos hablado hasta ahora, se incorporan en muchas fórmulas de productos de uso tópico. Pero, además, existen presentaciones para uso culinario. Es decir, ¡se pueden comer! Ante agresiones extremas como las del crudo invierno, deberíamos tomar soluciones extremas. En este caso sería ideal “potenciar” el efecto reparador de los aceites comentados con sustancias especialmente hidratantes y  protectoras.

Considero que dentro de dichos principios activos brilla con luz propia (y además está de moda) la manteca de karité. Por último, no estaría de más que nuestro producto aportara alguna vitamina como sustancia activa para la regeneración celular. Todo el mundo sabe que a nivel de piel siempre se suele proponer la vitamina E por su altísimo efecto antioxidante. Con un producto que contuviera las sustancias comentadas hasta ahora, podríamos salir a la calle con garantías de que nuestro rostro y manos están preparados para soportar el rigor de las bajas temperaturas invernales. Pero hay una zona de nuestra cara especialmente sensible al frío: los labios.

La piel de nuestros labios tiene una doble característica que la hace especialmente vulnerable al frío: su finura y su movilidad. Al ser tan fina y tan móvil es muy fácil que se “resquebraje” cuando está sometida a un frío intenso. Todos los principios activos expuestos anteriormente son perfectamente aplicables a la piel de los labios. Pero, además, deberíamos reforzar el efecto protector con aceites especialmente nutritivos (estilo a la manteca de karité) como es el caso del aceite de coco. Este aceite, al igual que la manteca de karité, confiere a los productos un tacto y una suavidad que hace especialmente agradable la aplicación de los mismos.

Para finalizar hablemos de la protección solar en invierno (especialmente importante si vamos a la montaña y a la nieve). Si vamos a la montaña, al aumentar la altitud, estamos más expuestos a los rayos del sol. Pero no sólo eso. Si además hay nieve, ésta actúa multiplicando los efectos del sol porque hace un efecto de espejo. Es decir, nos da el doble de sol: directamente y tras reflejarse en la nieve. ¿Y si está nublado? ¿Debemos usar fotoprotección incluso en los días nublados?

¡Pues sí! ¡Tanto en la montaña como en la ciudad! Dentro de los rayos solares hay varios “subtipos de rayos solares” (radiaciones con diferente longitud de onda). Los que nos dan sensación de calor al impactar sobre nuestra piel se llaman radiaciones infrarrojas. Estas son bloqueadas completamente por la pantalla de nubes. Pero los que queman nuestra piel se llaman radiaciones ultravioleta. La pantalla de nubes sólo bloquea el 30% de estas últimas radiaciones. Con lo cual, en invierno se da la paradoja de que nos podemos quemar (está impactando sobre nosotros el 70% de la radiación ultravioleta emitida por el sol) pero sin darnos cuenta al no tener sensación de calor (lo infrarrojos quedan bloqueados a nivel de las nubes). Como siempre, dentro de los protectores solares vamos a elegir los más naturales.

Es mucho mejor optar por los filtros físicos que por los químicos. Ya hay marcas que nos ofrecen productos con factores de protección solar muy altos (FPS 50) que contienen únicamente filtros físicos. Si tomamos todas estas medidas de precaución, podremos disfrutar de nuestro invierno con garantías para nuestra piel.

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