Editorial, por Ruth Alday
Soy seguidora de Juan Luis Arsuaga. Me parece un investigador notable, pero sobre todo, un estupendo comunicador. Una de esas personas capaces de hilvanar una idea con otra de forma amena y brillante y conseguir que casi cualquier concepto resulte interesante y fácil de comprender. Su último libro, “El sello indeleble”, escrito junto al sicólogo Manuel Martín-Loeches, pretende dar respuesta desde la paleoantropología a esas preguntas profundas que todos nos hemos hecho alguna vez; ¿quienes somos?, ¿qué nos define como seres humanos?, ¿qué circunstancias nos han llevado a ser así? En resumidas cuentas, saber de nuestro pasado para entender nuestro presente.
Este espíritu está en toda la obra de Arsuaga. Ya hace unos años, con motivo de alguno de los muchos importantes descubrimientos realizados en Atapuerca, leí una entrevista suya donde se le preguntaba por los hábitos de alimentación de nuestros ancestros. Aunque siempre se ha creído que su dieta estaba basada en la caza, el estudio de fósiles dentales ha ido desvelando que realmente vegetales, frutas y semillas, eran parte importante de la alimentación, y que con el desarrollo de la agricultura este grupo de alimentos fue cobrando cada vez más importancia, hasta convertirse en la base de la dieta durante miles de años para todas las civilizaciones. Solo en el último siglo y en occidente hemos vuelto a esa dieta “primitiva”, superabundante en proteína animal (a la que añadimos grasas y azúcares refinados), y que tantos problemas de salud nos acarrea. ¿Porqué nos gustan tanto este tipo de comidas?
¿Porqué comemos más de lo que nuestro cuerpo necesita? Tal vez la explicación esté grabada en nuestro ADN ancestral... Según Arsuaga, el ser humano ha vivido con escasez de alimentos y periodos de hambruna durante gran parte de su historia. En el pasado, los alimentos que aportaban proteínas animales, grasa o azúcares directos, eran escasos y muy apreciados. Por supuesto no suponían un problema para la salud, sino todo lo contrario; el aporte de energía extra ocasional era básico para equilibrar los periodos de escasez, e ingerir la mayor cantidad posible de comida cuando esta estaba disponible podía ser la garantía de sobrevivir a largo plazo.
Y aquí estamos ahora; con el alimento diario garantizado (o eso parece), pero con una atracción desmedida hacia esos alimentos poco recomendables, cuyas grasas y calorías no necesitamos para sobrevivir... de hecho, en muchos casos esta ingesta desmedida pone en riesgo nuestra supervivencia. Véase el artículo sobre el Síndrome Metabólico que ocupa nuestro tema central. Casi todos los factores de riesgo descritos tienen su origen en una mala alimentación. ¿Podemos volver a una alimentación más equilibrada? Por supuesto. Paz Bañuelos nos ofrece en este número una introducción a la Macrobiótica, donde resalta el valor de cereales integrales, legumbres, frutas y vegetales, como base de la alimentación, y nos da pautas para introducirnos en este tipo de platos de forma progresiva y agradable.
Tal vez la calma veraniega sea un buen momento para intentarlo. Disfrutando de nuestro tiempo, de nuestra familia, de nuestros amigos... y por supuesto del tan esperado sol. Con un poquito de precaución, como nos recomienda Jesús Chicón en su artículo sobre las manchas cutáneas, para que nuestra piel y nuestra salud tengan también unas buenas vacaciones. A todos nuestros lectores y lectoras, el equipo de Vida Natural os desea un verano feliz, estéis donde estéis. Nos vemos en septiembre.
Ruth Alday . Directora de Vida Natural.