Cada día, a través de la televisión, se asoman a nuestros hogares con saludables promesas realmente tentadoras, pero realmente ¿funcionan los alimentos enriquecidos? En la actualidad la relación alimentación, salud y estilo de vida preocupa a la mayoría de la gente. Y cada vez, es más frecuente que las/los consumidoras/es quieran conocer la composición de los alimentos que compran y cuál es su función. Por eso tratar de productos enriquecidos y/o fortificados es interesante para saber si son necesarios como parte de la alimentación habitual, únicamente cuando existan deficiencias nutricionales o cuando haya determinadas patologías.
Para ello, comentar que un alimento enriquecido es aquel al que se le restablecen unos o más nutrientes (proteínas, aminoácidos, vitaminas, minerales, ácidos grasos esenciales y antioxidantes) que se han perdido durante el procesado industrial. Y hablamos de alimento fortificado al producto que se le incorporan industrialmente uno o varios nutrientes que el alimento natural no contiene. En ambos casos se modifican los alimentos para asegurar las cantidades necesarias y recomendadas, de los nutrientes añadidos, en los colectivos que necesiten un mayor aporte nutricional. Este aporte suplementado debe ser entre el 20 y el 100 por ciento de los requerimientos nutricionales para adultos y niños mayores de cuatro años. Y además, estos datos debieran estar correctamente descritos en los envases. Estas prácticas se iniciaron a principios del siglo XIX, cuando el químico francés Boussingault recomendó añadir yodo a la sal de mesa para prevenir el bocio en Suramérica. A principios del siglo XX se empezaron a enriquecer y / o fortificar más alimentos, generalizándose a mediados del siglo pasado como estrategias de salud pública, para hacer frente a las deficiencias nutricionales de la época y poder ayudar a grupos de población vulnerables desde el punto de vista económico, con diferentes patologías e incluso para prevenir enfermedades crónico-degenerativas. Es decir, la función de este tipo de productos es ayudar a mejorar la calidad nutricional de algunos colectivos y abordar carencias constatadas de salud pública.
Generalmente se enriquecen y/o fortifican los panificados (harinas, pan, pastas), cereales para desayuno, arroz, sal, leche y productos lácteos, galletas, zumos, margarinas, aceites, salsas, preparados infantiles, etc. Se trata de productos que tienen poco coste adicional y alta rentabilidad para las empresas. Y al estar enriquecidos se hacen muy atractivos para las/los consumidoras/es porque piensan que ayudan a equilibrar su dieta. Los diferentes productos, presentes en el mercado, muestran una gran diversidad en las cantidades de nutrientes con que los alimentos han sido tratados. Así, incluso dentro de distintas marcas de un mismo tipo de alimento, pueden encontrarse “enriquecimientos” mínimos y poco significativos, mientras que en otros la presencia de los nutrientes es considerablemente mayor. Estas estrategias no se pueden realizar en todos los alimentos ya que, el Código Alimentario no autoriza la fortificación de productos cárnicos y derivados, helados, alimentos azucarados, bebidas fermentadas, bebidas sin alcohol o polvos para prepararlas (excepto, las bebidas que tengan jugo en su composición), aguas y aguas minerales con o sin gas.
La industria alimentaria ha llegado a tal nivel de sofisticación que hoy, más que enriquecidos y fortificados, podemos hablar de verdaderos “alimentos de diseño”,
porque se han modificado totalmente y presentan un límite muy difuso con los alimentos funcionales cuya función es proporcionar una ventaja saludable que va más allá de los efectos nutricionales. Todo esto es utilizado por muchas empresas como estrategia de venta para que sus productos sean más apreciados por las/los consumidoras/es pensando que son alimentos de más valor, sin tener en cuenta la existencia o no de evidencias científicas que apoyen esas decisiones, pero, sin embargo, la publicidad ha conseguido que ese tipo de alimentos formen parte de la dieta habitual, porque quienes los adquieren los perciben como productos de más valor nutricional.
Por lo cual, es necesario que, al realizar la cesta de la compra, dispongamos de información suficiente para poder elegir qué productos adquirir y si, realmente, es necesario su consumo, pues no siempre es así, ya que la fortificación y/o el enriquecimiento son técnicas de procesado de alimentos que sólo, cuando se utilizan de forma adecuada, pueden ayudar a paliar carencias nutricionales, ya que no tiene sentido su consumo cuando no se han observado deficiencias. Además, es necesario insistir que las/los consumidoras/res tienen derecho a elegir bien lo que compran y, para ello, el etiquetado debe suministrar información legible, clara y comprensible sobre en qué medida un alimento ha sido enriquecido y/o fortificado.
El enriquecimiento y/o la fortificación de los alimentos son una alternativa al uso de suplementos, por lo que la ingesta de esos productos tendrá efecto positivo sobre la salud, siempre y cuando sean necesarios. Sin embargo, es preciso insistir la importancia de promocionar el consumo de alimentos frescos, de estación, limitando la compra de alimentos transformados cuando no sean necesarios. Sin embargo, los beneficios aportados serán rentables en determinados grupos de población, cuando se ingieran en cantidades constantes, conocidas y de forma habitual. Pues, el consumo regular de este tipo de productos permitirá mantener un buen estado nutricional sin necesidad de cambiar los hábitos alimentarios. Aunque hasta ahora no se ha evidenciado ningún riesgo asociado al incremento en la concentración de algunos nutrientes, la generalización de esta práctica a muchos alimentos hace necesaria una reflexión. Por una parte, el enriquecimiento y /o fortificado de alimentos no es algo imprescindible para conseguir una alimentación sana y equilibrada, pues con una dieta variada y saludable conseguiremos mantener una buena salud y evitar o retrasar la aparición de algunas patologías.
Pero cuando son necesarios estos productos debemos conocer la biodisponibilidad de los nutrientes añadidos y los posibles efectos a largo plazo, que en muchos casos es difícil de valorar y que en algunos estudios dejan claro que el consumo regular y sostenido de algunos alimentos enriquecidos y/o fortificados podrían aumentar el riesgo de algunas patologías, sobre todo si estos alimentos se dan en la infancia, de forma habitual, terminaría incrementando los riesgos para la salud de esos adultos.
En circunstancias normales, una dieta adecuada y variada puede proporcionar todos los nutrientes necesarios para el normal desarrollo y mantenimiento del organismo. Para ello, contamos con la pirámide de la dieta mediterránea. Dieta que aporta beneficios para la salud, científicamente comprobados, con la garantía de siglos de experiencia y transmisión ¡a su salud!