En 1979, cuando James P. Grant se convirtió en el Director Ejecutivo de UNICEF, centró la inmunización como una de las prioridades del trabajo de la organización. Sostuvo que las causas más comunes de muertes infantiles se conocían y eran prevenibles con bajo coste, por lo que era inexcusable que sólo el 15% de los niños y niñas estuviera siendo vacunado en los años 70. UNICEF aspiró a alcanzar el 80% de niños y niñas vacunado a finales de los 80. Este reto se logró en 131 de 195 países, con una cobertura media superior al 90% a nivel mundial en 2011. Pero en el resto de países donde la cobertura es mucho más baja no se ha podido aún hacer realidad el sueño de Grant de llegar a todos los niños y niñas, en cualquier lugar y situación. Aún 4.000 niños y niñas mueren cada día por no haber recibido las vacunas rutinarias, debido a la exclusión social o geográfica, a la falta de recursos, a las deficiencias en los sistemas de salud o a conflictos como los que sacuden actualmente a Siria y partes de África occidental.
Cuando se producen situaciones de emergencia, los niños y niñas son los más vulnerables, y las campañas de vacunación son un elemento fundamental. El sarampión es una de las primeras enfermedades altamente contagiosas que surgen en cualquier situación humanitaria; recientemente se han registrado brotes de esta enfermedad en Siria, Pakistán, Nigeria y la República Democrática del Congo.
La enorme repercusión de la vacunación, se refleja de manera evidente en la crisis de Siria. El año pasado, UNICEF y sus aliados vacunaron a 1,3 millones de niños y niñas contra el sarampión y a 1,5 millones contra la poliomielitis, y en la actualidad está en marcha una campaña masiva contra el sarampión para llegar a 2,5 millones de niños y niñas. Sin embargo, la escasez de fondos se ha unido a los enormes problemas de acceso y a los desplazamientos a gran escala de la población, complicando más que nunca la posibilidad de llegar a todos los niños y niñas.
Es ahí donde queremos llegar, a estos países, a desafiar esta desigualdad. La vacunación es el instrumento más potente que tiene el mundo para proteger a la infancia de una serie de enfermedades mortales. Se estima que las vacunas salvan las vidas de 2 a 3 millones de niños y niñas todos los años. También es el más rentable: por menos de un euro se puede proteger a un niño o niña contra el sarampión para el resto de su vida. Los esfuerzos conjuntos realizados para vacunar a los niños y niñas han reducido o eliminado la incidencia de las enfermedades más devastadoras: la viruela fue erradicada en 1980. La poliomielitis fue eliminada recientemente en la India y es ahora endémica en sólo tres países: el Pakistán, Nigeria y el Afganistán. En octubre de 2012, el Ministerio de Salud sirio anunció un nuevo caso de infección del virus de la polio en el país, después de casi 15 años sin haberse registrado ninguno. No es un problema de Siria solamente, se trata de la seguridad de los niños y niñas de todo Oriente Próximo y la respuesta regional de vacunación ya ha comenzado. Entre 2000 y 2011, las muertes por sarampión descendieron un 71% en todo el mundo. Además, 29 países eliminaron el tétanos neonatal entre 2000 y 2013. Llegar a todos los niños y niñas que todavía no están protegidos contra las enfermedades no requiere una innovación médica, sólo se necesitan los fondos y experiencia para conseguir las vacunas adecuadas, en el lugar y en el momento adecuado.
Una dosis de la vacuna contra la difteria, el tétanos y la tos ferina cuesta, de media, 0,15 €. Una dosis de vacuna contra el sarampión que puede salvar una vida cuesta 0,18 €. Invertir en la vacunación de manera sistemática como parte de un proceso de mejora de los sistemas de atención sanitaria beneficiará a todos los niños y niñas, y por tanto reducirá aún más las inequidades. Para ello, los gobiernos tienen que proporcionar financiación suficiente, se debe alentar la innovación –como la reciente introducción de las vacunas contra la neumonía y la diarrea– y, más importante aún, es necesario que se preste un firme apoyo político a la ampliación de los beneficios de las vacunas a los niños y niñas que viven en las familias más pobres y en los lugares más remotos. Las desigualdades persisten dentro de los países y entre ellos. En todos los países, los niños y niñas de las familias más ricas tienen un mayor acceso a servicios mejorados de salud, y disfrutan de tasas más altas de cobertura de vacunación. A no ser que se aborden estas diferencias no será posible vacunar a todos y cada uno de los niños y niñas.