Los niños y las niñas suelen ser las primeras víctimas de los tiempos difíciles, en cualquier parte del mundo, pero con frecuencia excesiva su sufrimiento se mide con una estadística implacable como es la mortalidad. Cada día, aún mueren 19.000 niños y niñas menores de cinco años por causas evitables. Retrocediendo en el tiempo, en los años 80, diversos gobiernos del mundo iniciaron programas de ajuste económico para luchar contra la recesión económica mundial. Ante esta situación, UNICEF hizo sonar la alarma al observar una disminución de la calidad de la vida de los niños y niñas en muchos de estos países. A medida que se recortaba el gasto público con fines sociales, aumentaba el deterioro del bienestar de la infancia.
En aquel momento, UNICEF manifestó que si los países estaban decididos a situar a la infancia entre sus prioridades, los derechos de los niños y niñas se verían reforzados generando un impacto en el propio progreso económico y social. Ahora, tres décadas después, desde UNICEF mantenemos la convicción de que frente a la crisis económica es necesaria una acción conjunta en pro de la supervivencia y el desarrollo de la infancia. Y todo ello se puede lograr con medidas de bajo coste y largo alcance.
Según destacan las Naciones Unidas, la solidaridad es un pilar central de la cooperación internacional que repercute directamente en la infancia. La globalización y la creciente interdependencia suponen un cambio en nuestra forma de cooperar. En un mundo globalizado se pueden presentar oportunidades para lograr un desarrollo económico y social más amplio y más rápido, pero es necesario que los beneficios de la globalización estén guiados por los principios de la solidaridad y la equidad.
Adquirimos mayor conciencia de que las buenas intenciones, las iniciativas creadoras y la capacidad de innovación no bastan por sí solas. “Arreglárselas con lo que se tiene” se transforma para demasiados países y para demasiadas familias en tratar más bien de “arreglárselas con cada vez menos” y ese menos en muchas ocasiones no basta.
Para la comunidad mundial, la ayuda es un mecanismo por medio del cual se expresa la solidaridad humana y se amplían las oportunidades. Sin importar si los motivos para la acción se fundamentan en consideraciones de derechos humanos, en valores religiosos o en sistemas éticos más amplios, la función de la ayuda en la eliminación de la pobreza generalizada, el hambre y las muertes infantiles posibles de evitar constituyen un imperativo moral. Todavía es posible el progreso humano y social pero es preciso fijar prioridades claras. La solidaridad es una forma de apoyo que se realiza desde la empatía y teniendo en cuenta los principios básicos de justicia social e interdependencia: no somos mejores que otras personas por ser solidarios con ellas, ya que la solidaridad es recíproca. Al solidarizarnos formamos parte de los problemas de nuestro entorno y de sus soluciones. Cuando participamos de manera solidaria en la solución de un problema logramos que las cosas cambien, pero también cambiamos nosotros mismos. Tenemos que adquirir conciencia de las condiciones inaceptables en las que viven otros seres humanos y reconocer las oportunidades reales de cambiar esas condiciones.
El cambio ya está en marcha: millones de personas, miles de entidades privadas y organismos públicos de todo el mundo, ejercen la solidaridad. Pero debemos extenderla. Tenemos los mecanismos y la capacidad de evitar que miles de niños y niñas sigan muriendo por causas evitables. De garantizar el derecho de la infancia a la supervivencia y a su desarrollo. Hacerlo posible es el reto que UNICEF propone a la humanidad.
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