A menudo cuando pensamos en Feng shui se nos vienen a la cabeza imágenes de budas, símbolos chinos, y brújulas difíciles de entender, lo que no siempre tiene que ver con esta técnica. Aunque es cierto que el Feng Shui en principio tiene su origen en China, tiene una fuerte conexión con la tradición india: las venas de dragón se corresponden con las líneas astrológicas del Vastu Vidya; los cinco animales con los mahabhutas de ayurveda y la energía de las Nueve Estrellas Voladoras (o Nueve Palacios según otras técnicas) se valora a raíz del Vastu Purusha Mandala en el caso de la técnica india.
Hay otras técnicas que tienen que ver con el Feng Shui o que se han adaptado a él. Recordemos que lo principal no es adaptarnos nosotros a la técnica sino que ella se adapte a nosotros…hasta cierto punto. Algo a no perder de vista nunca es que es un arte, una manera de entender y hacerse entender pero en este caso va acompañado del ritmo natural; es decir: no se trata de lo que queremos sino de aquello que es más necesario, provechoso y evolutivo para nosotros, que en muchas ocasiones nada tiene que ver con nuestras expectativas.
Al Feng shui nuestras ambiciones, nuestro ego, nuestras “necesidades” no le importan, por lo tanto no sirve para trabajar esos procesos. Más bien al contrario: si necesitamos determinadas situaciones para aprender los va a “provocar”. Ese planteamiento (típico en la mentalidad china pero también en la india con ideas como el karma), hay que analizarlo a la hora de hacer un Feng shui propio o para otros y sobre todo comprender su obligación de ser: lo importante está más allá de los deseos. Por eso podemos entender el Feng shui desde una filosofía oriental pero malamente desde la occidental (ideas como que el esfuerzo por encima de mis capacidades va a culminar en éxito no tienen cabida en Feng shui que constantemente busca fluidez y armonía, no excesos de ningún tipo…ni siquiera los que nos venden como buenos porque tengan el supuesto final que yo quiero).
Sin embargo comenzábamos diciendo que es una técnica que se adapta a nosotros. Para explicar esta contradicción tenemos que entender que el lugar es el equivalente a lo que yo soy. Si mi energía se encuentra en un entorno hostil yo no puedo crecer, como mucho sobreviviré. Por eso nuestra casa no es el lugar donde comemos y dormimos sino nuestra fuente de nutrición, de regeneración, de equilibrio y debe sintonizar con lo que somos. Y lo mismo podríamos decir para la oficina o cualquier espacio que suponga horas de estancia para nosotros (y en el que podamos provocar cambios). Si entendemos esto, sistemas como la naturopatía estarían firmemente relacionados, pues es una técnica que busca el estado natural adaptado al momento de cada persona y el Feng shui por lo tanto me ayudaría desde la energía del entorno.
A menudo cuando vemos la casa de una persona podemos percibir qué cosas le gustan, si es clásica, moderna, original, vivencial, si tiene la cabeza “bien amueblada” o está hecha un lío. Sabemos que lo que hay fuera refleja lo que somos o estamos viviendo por dentro. De hecho en sistemas de salud como las diátesis tratamos de buscar y prevenir el daño, no cortando sino evolucionando su proceso y evitando que robe más energía. Feng Shui se emplea en estos casos cuando el origen no está en el organismo sino en las situaciones que podemos vivir y que nos están atascando y los “tratamientos” serán entonces los que podamos trabajar en el entorno. Y es que no siempre las técnicas tienen que ser limitadas o limitantes (concretas); si así fuera estaríamos siempre todos bien.
Pero cambiamos, nuestras circunstancias cambian y nuestro entorno también debe hacerlo. Por eso el Feng shui se emplea como arte de forma aislada pero también como “oráculo” para entender lo que hay en la persona, como sistema de salud complementario a diversas técnicas: Medicina Tradicional China, pero también Ayurveda, Naturopatía, Reiki o Diátesis.