En los últimos años nuestra sociedad se ha vuelto cada vez más consciente de la importancia del bienestar emocional. Sabemos que las emociones y sentimientos que vivimos a lo largo del día afectan a nuestra salud, familia, relaciones, vida profesional, proyectos,… vamos tomando también consciencia de que el modelo de adulto (actitudes y comportamientos) que ofrecemos a nuestros hijos, a los niños y adolescentes con los que tratamos, les afecta en gran medida mientras crecen, durante las etapas de la infancia y la adolescencia, mientras construyen su propia personalidad.
Algunas actitudes y comportamientos que ayudan a crecer y favorecen su autoestima son los siguientes: sonreírle, tocarle de forma respetuosa, escucharle, apreciar sus preguntas, compartir su alegría y entusiasmo, abrazarle y mostrarle empatía cuando está triste, jugar con él, elogiarle diciéndole lo que nos gusta de su comportamiento, mostrar flexibilidad, darle las gracias, esperar lo mejor de él, no la perfección, poner límites protectores de forma amorosa…, entre otros muchos. Los niños llegan a la vida con la alegría profunda del ser, todo por aprender, por descubrir,… sin embargo necesitan la compañía de los adultos para reconocerse a sí mismos.
A través de la mirada del adulto encuentran su imagen, su auto concepto. Sabemos que la mirada y la escucha, abierta y receptiva, de los adultos que les cuidan tiene el poder de generar en ellos sentimientos de autovaloración, fundamental para construir los pilares de su autoestima. Nacemos vulnerables, sensibles, como la palma abierta de la mano. Abiertos, receptivos, curiosos, con la alegría profunda del ser, impregnados de fuerza vital, con todos los recursos internos necesarios para la vida. Como seres humanos llevamos años de evolución y transformación, de adaptación a múltiples situaciones, ello nos ha permitido llegar hasta aquí. Sin embargo, es ahora cuando en nuestra sociedad se manifiesta más la necesidad de “hacer las cosas mejor” en algunos ámbitos, entre ellos, en el de la relación con los niños, nuestros hijos.
Cuando pregunto a los padres y madres qué desean para sus hijos, la mayoría responden: “Quiero que sean felices”, muy pocos dicen “Quiero que sean ricos”,…Desean lo mejor para ellos, sin embargo, si el padre o la madre, no se siente suficiente bien consigo misma, si no se escucha y cuida, si no disfruta con su trabajo,… si en su comunicación como pareja o con sus hijos hay gritos, críticas, no están presentes, o se menosprecian, ¿qué están transmitiendo a sus hijos? La propuesta que me gustaría transmitir es que el camino de “ser padres” puede y merece la pena que se convierta en un viaje de autodescubrimiento, una motivación, a través del amor, que nos guíe a ver y abrazar a nuestros hijos, tal como son, renunciando a nuestras expectativas sobre ellos, aprendiendo con ellos cada día, tanto con las alegrías como con los desafíos que aportan, tanto durante los años de crianza como después. Esta propuesta, para que pueda realizarse, necesita que los padres sintamos la motivación y tomemos el poder para crecer internamente, reconociéndonos como personas en continuo proceso de transformación.
Te invito a reflexionar, si lo deseas, sobre cómo eres, qué aspectos te gustan de tu forma de ser, que aspectos te disgustan o criticas, cómo te tratas a ti mismo,… de que maneras cubres tus necesidades efectivas, cómo expresas y gestionas tus emociones y sentimientos,… También te propongo que indagues en la identificación de tus creencias limitadoras y en los valores que te mueven. En la medida que nos abrimos a la intención de aprender, con uno mismo, con los hijos, con los demás y con las situaciones que la vida nos entrega, comenzamos a construir un aspecto adulto interno verdaderamente amoroso y con ello aumentamos nuestra autoestima y capacidad para vivir con plenitud. En el camino desarrollamos y fortalecemos la confianza en nosotros mismos y nos convertimos en nuestro mejor amigo. La “mochila personal” es más liviana y sólo entonces recuperamos la sensación de un niño que está fresco.
Los padres/madres “suficientemente buenos” se saben falibles, perfectamente imperfectos, se viven en proceso de descubrimiento continuo. Ponen en práctica la flexibilidad, la escucha y la empatía. Saben que los niños son maestros, ellos nos muestran todo lo que somos en nuestra esencia y que hemos ido cubriendo con capas y capas de adaptación y protección. Cada niño es único, singular, diferente. Podemos verlo en su preciosa singularidad, reconocerlo y respetarlo, honrar su esencia y su forma única de ser. Esto será más fácil y posible en la medida que también hagamos el camino hacia adentro, hacia reconocer, escuchar, respetar y valorar a nuestro precioso niño interior.