Interesante la historia del doctor William R. Waddell, de Denver, quien al prescribir el antiinflamatorio Sulindac a una paciente que tras extirparle el colon por un cáncer le habían aparecido pólipos en el recto, asombrosamente estos desaparecieron. Posteriormente, recetó el mismo fármaco a tres familiares que sufrían la misma enfermedad y el resultado fue el mismo. Como ocurre en muchas ocasiones, casi nadie le prestó atención ya que pocos de sus colegas le creyeron y todas las principales revistas médicas rechazaron publicar sus resultados, a excepción de una. William siguió investigando y un científico intrigado por estos resultados, Francis M. Giardiello, especialista en cáncer de colon de la Johns Hopkins University, lo experimentó con algunos de sus pacientes. Los resultados, no siendo tan espectaculares, sí fueron asombrosos y su artículo esta vez se publicó en 1992 en la prestigiosa The New England Journal of Medicine, atrayendo la atención médica mundial.
Paralelamente, otro investigador comprobó en una cantidad importante de personas que tomaban regularmente aspirina que contraían cáncer de colon en una proporción de un 50% menos que la de la población general. En realidad, a las grandes compañías farmacéuticas no les interesaba investigar el posible papel de la COX-2 en la prevención del cáncer. Los dos únicos fármacos que existían por entonces, la aspirina y el Sulindac, no interesaban económicamente ya que la primera se vendía sin receta y la patente del segundo acababa de expirar. La situación tomó un rumbo diferente cuando se convenció al copresidente de la farmacéutica Searle sobre la necesidad de investigar este tema con el fármaco Celebrex. Los laboratorios buscan denodadamente esta especie de Santo Grial, ya que conocido el papel de la inflamación desempeña en muchos tipos de cáncer, es muy difícil de predecir qué tipo de tumor pueden desarrollar, al menos en las personas que no pertenezcan a grupos de riesgo concretos. De este modo, a sabiendas que puede reducir la incidencia en los tumores de colon, pulmón, vejiga y piel, el desarrollo de inhibidores enzimáticos menos inocuos podría ser una línea de trabajo muy prometedora por ser posibles agentes quimiopreventivos muy potentes.
A partir de aquí, la industria farmacéutica ha invertido mucho dinero en el desarrollo de fármacos que actúen en patologías de carácter inflamatorio tales como la artritis, el asma o la enfermedad inflamatoria intestinal. La base fisiopatológica estriba en la inhibición del principal precursor inflamatorio del organismo, el ácido araquidónico. Esto es así ya que este metabolito da lugar a la producción de los principales factores de la cascada inflamatoria, las prostaglandinas de la familia “dos” (prostaglandina E2 (PGE2) y los leucotrienos. Sin embargo, se pueden emplear otras estrategias. Por una parte, se puede reducir la carga de ácido araquidónico en lugar de bloquear simplemente sus efectos. Además de las evidencias ya comentadas que sugieren que la adscripción a un patrón dietético saludable se asocia a una mejoría de la inflamación (en este sentido distintas investigaciones han demostrado que personas con determinadas enfermedades inflamatorias crónicas presentan menos síntomas cuando consumen una dieta vegetariana), lo mismo ocurre respecto al posible papel que tienen determinados nutrientes o alimentos para modular el estado inflamatorio. Algunos de ellos tienen una capacidad antiinflamatoria, mientras que otros la tienen proinflamatoria.
Por ello, es sumamente importante determinar todos estos nutrientes capaces de realizar tal modulación y aprovecharnos de ellos, en el sentido de su limitación o de su ingesta prioritaria.
La incidencia de cáncer en los Estados Unidos es considerablemente superior a la observada en la India. Dichas diferencias son incluso mayores cuando comparamos la incidencia del cáncer de mama y próstata con los datos de China. Uno de los motivos a los que se han atribuido estas diferencias de incidencias es la ingesta de grasa saturada y alimentos azucarados, que es menor en los países asiáticos, y por otro lado, y de forma igualmente importante, el consumo de plantas ricas en sustancias quimiopreventivas es significantemente mayor en dichos países orientales. Un ejemplo de esto lo encontramos en la curcumina, cuyo consumo medio durante siglos ha sido de alrededor de 100 mg/día en los países asiáticos.
Hacia finales del siglo XVIII el reverendo Stone informó a la Royal Society de Londres el haber encontrado “una poderosa sustancia astringente muy eficaz en la cura de la calentura y de la fiebre intermitente”. Un siglo después, un químico suizo logra cristalizar por primera vez un aceite soluble al que denominó Spirsaure, en honor a la especie botánica Spirea ulmaria, responsable de los fenómenos observados por el reverendo y el botánico Lamarck. Ya en 1897, el químico alemán Hoffmann logra mejorar la intolerancia digestiva que causaba el ácido salicílico contenido en la planta mediante una modificación química consistente en acetilar el ácido salicílico. Nacía así el ácido acetil salicílico, comercializado por los laboratorios Bayer, al que pusieron como nombre el que ha sido probablemente el más conocido de todos los medicamentos registrados, la Aspirina
(A de acetil y sprina de spirsaure).
Dos años después, la misma firma farmacéutica informaba a la clase médica sobre la nueva sustancia analgésica y antitérmica cuyo nombre comercial había sido previamente registrado. Desplazado el consumo de la ulmaria y el sauce por el uso de la aspirina y posteriormente por otros fármacos de similares características, no podemos olvidar que los vegetales han sido origen de los actuales fármacos antiinflamatorios. Por otra parte, además de los fitofármacos tradicionales aparecen muchos estudios de otros con una interesante acción antiinflamatoria.
Una reciente revisión sistemática (el método considerado como mejor evidencia científica), intenta resumir las pruebas que, a favor y en contra, existen en relación a la eficacia de los suplementos vegetales que hacen frente a las condiciones inflamatorias. El estudio se realizó con seis especies botánicas, la ortiga mayor, consuelda, caléndula, cúrcuma, boswelia y harpagofito. Los resultados mostraban que no se encontraron investigaciones sobre el efecto antiinflamatorio por vía oral de la consuelda y la caléndula, que merecen una mayor investigación la cúrcuma, el harpagofito y la ortiga, mientras que la boswelia se postulaba como el más prometedor fitofármaco antiinflamatorio. Como ocurre habitualmente cuando se investiga con las plantas medicinales, los autores concluían que era aconsejable llevar a cabo más estudios con población más homogénea y un mayor número de personas con el objeto de evitar heterogeneidad de las preparaciones investigadas. Nos centraremos como ejemplo en la cúrcuma y la boswelia.
Cúrcuma (Curcuma longa)
El rizoma escaldado y desecado de esta planta originaria de la India utilizada como colorante alimentario (es el principal constituyente del curry), presenta distintos principios activos entre los que destaca la curcumina. Si bien tradicionalmente a esta planta se le ha atribuido actividad sobre la vesícula biliar, como colerético y colagogo, el rizoma de la cúrcuma posee actividad antiinflamatoria sobre modelos de inflamación tanto aguda como crónica. Cuando se administra por vía intraperitoneal en animales, posee una potencia similar a la indometacina o acetato de hidrocortisona. Ensayos en humanos permiten apreciar que administrado en dosis de 2 gramos al día durante 6 semanas es capaz de reducir la sintomatología de la artrosis de rodilla, con eficacia similar al ibuprofeno. De todos sus componentes es la curcumina la que ha demostrado ser capaz de inhibir enzimas como cliclooxigenasa- 2 (COX-2), 5-lipoxigenasa (5-LOX) y NOS inducible; inhibir la activación de factores de transcripción; y disminuir la producción de citocinas pro-inflamatorias como TNF-α, interleucinas IL-1, -2, -6, -8 y -12 y factores quimiotácticos.
Otro de sus componentes, el aceite esencial, también posee actividad antiinflamatoria. La actividad antioxidante contribuye a la eficacia antiinflamatoria de esta droga. Aunque la biodisponibilidad tras la suplementación de la cúrcuma parece estar limitada debido a su rápida eliminación, la curcumina ha demostrado escasa toxicidad incluso con dosis muy elevadas, buena tolerabilidad e importantes actividades beneficiosas sobre algunas enfermedades crónicas con base inflamatoria, como la aterosclerosis, el cáncer, la diabetes, las enfermedades gástricas, hepáticas, pancreáticas e intestinales, así como durante el desarrollo de alteraciones neurodegenerativas, oculares y respiratorias, o frente al daño producido por el humo del tabaco. Se ha estimado que los adultos en la India consumen diariamente entre 80-200 mg de curcumina al día. Por otro lado, la dosis terapéutica más común está en el rango 400-600 mg de curcumina tres veces al día, lo que correspondería a un máximo de 60 g de raíz fresca de cúrcuma ó 15 g de extracto seco, ya que el contenido de curcumina en la cúrcuma es normalmente del 4-5 %. De este modo, tenemos que saber exactamente el tipo de preparado comercial que estamos utilizando. Para ello, el mismo debe estar estandarizado en curcumina especificando la concentración exacta de la misma por dosis aconsejada.
Boswellia (Boswellia serrata)
La gomo-oleorresina utilizada de esta planta conocida popularmente como incienso, presenta además de una alta concentración en aceites esenciales, resinas entre las que destaca el ácido boswélico. Precisamente este principio activo es el que presenta, in vitro, una clara acción antiinflamatoria ya que inhibe de forma específica la 5-lipooxigenasa, bloqueando así la síntesis de sustancias pro-inflamatorias como el ácido 5-hidroxieicosatetraenoico (5-HETE) y los leucotrienos B4 (LTB4). Los estudios efectuados en animales de experimentación demuestran que el extracto alcohólico de la boswelia disminuye la infiltración y la migración leucocitaria polimorfonuclear, la síntesis primaria de anticuerpos, e inhibe la vía clásica y alternativa del complemento. También se ha demostrado en animales que la boswelia posee un marcado efecto sedativo y analgésico. La evidencia científica de la boswelia sobre las más importantes patologías de carácter inflamatorio es abundante.
Artritis reumatoide: Dos estudios controlados con placebo realizados con 81 personas afectadas de artritis reumatoide, encontraron reducciones significativas en la inflamación y el dolor después de un período de 3 meses. Otra investigación comparativa realizada en 60 personas tras seis meses de tratamiento encontró que el extracto de boswellia produjo beneficios sintomáticos.
Osteoartritis: Un estudio realizado a doble ciego comparado con placebo realizado con 30 personas afectadas de osteoartritis de rodilla durante un periodo de ocho semanas mostró que los pacientes que habían tomado boswelia mejoraron significativamente en la movilidad de la rodilla, reduciendo la intensidad del dolor en comparación con el placebo. Es de destacar un estudio realizado in vivo en el que se utilizó un extracto de boswelia y se comparó con el principio activo medicamentoso ketoprofeno. Se observó que la boswelia redujo significativamente la degradación de los glicosaminoglicanos tisulares articulares, al contrario que el fármaco.
Asma: Debido a la inhibición de la 5-lipoxigenasa, la boswelia es efectiva en el tratamiento del asma. En un estudio doble ciego controlado por placebo realizado en 80 personas, de seis semanas de duración, el 70% de los pacientes tratados con 300 mg de extracto de boswellia tres veces al día mostraron una mejoría significativa de todos los síntomas clínicos. Además, todos los parámetros indicativos de la función respiratoria también mostraron una mejoría.
Enfermedad de Crohn y colitis ulcerosa: La boswelia también se utiliza en el tratamiento de la enfermedad de Crohn. Un estudio comparativo con el fármaco sulfazalazina demostró que la planta esa tan eficaz como la sulfamida. En otro ensayo, un determinado extracto estandarizado de boswelia (H15), demostró la misma efectividad que la mesalazina, pero con un mejor índice riesgo-beneficio. En la colitis ulcerosa, la administración de 350 mg de extracto de boswelia tres veces al día presentó la misma efectividad que una dosis de 1 gr/dia de sulfasalazina, con un mayor porcentaje de remisión de la colitis respecto al fármaco.
A la vista de todas estas investigaciones, es muy importante incidir en la importancia de dosificar adecuadamente el extracto de boswelia con el que tratemos al paciente. Las dosis que se suelen utilizar en los estudios es de 300 a 600 mg diarios de un extracto estandarizado de boswelia que contenga al menos un 37% de su principal principio activo, los ácidos boswélicos. Algunos estudios llegan a tratar con 1.200 mg de esta planta. Todo ello nos lleva a ser cautos con los numerosos preparados comercializados y estar muy atentos a su composición.
La inflamación es un proceso fisiológico normal, pero cuando conocidos factores que contribuyen a generar inflamación persisten, esta se transforma en crónica siendo capaz de desembocar en muchas de las patologías de origen crónico que nos afectan en la actualidad. La misma Unión Europea propone como iniciativa abordar cuatro de los principales comportamientos de riesgo (tabaquismo, consumo excesivo de alcohol, mala alimentación y el estilo de vida sedentario), como ayuda a la hora de prevenir numerosas enfermedades crónicas (que como hemos indicado se sustentan en una base proinflamatoria). Además, para que las iniciativas al respecto sean eficaces, deben basarse en actividades de promoción de la salud, prevención y detección precoz.
Si bien la terapéutica actual se centra en reducir la inflamación utilizando determinados fármacos, podemos emplear otra estrategia de similar efectividad y menos agresiva que consiste en atacar las fuentes del problema. Por una parte, evitando las fuentes de inflamación. El estrés excesivo, una mala alimentación por ser deficiente en vitaminas y minerales, excesivamente calórica y descompensada en el aporte de sus principales principios inmediatos, debe conllevar cambios en la alimentación y nuestro estilo de vida. Por otra parte y de forma paralela, podemos recurrir a diversos extractos procedentes de plantas que actúan eficazmente sobre los procesos inflamatorios. El uso de plantas medicinales y sus componentes activos está siendo cada vez más atractivo para el tratamiento de varias enfermedades inflamatorias entre pacientes que no responden a los tratamientos estándar o que no están dispuestos a tomarlos. Como valor añadido, estas sustancias no sólo son mucho más económicas que las sintéticas sino que además son de fácil acceso y poseen escasa o nula toxicidad cuando son utilizadas adecuadamente.
Esto es especialmente interesante debido a la gran cantidad de efectos secundarios que ocasionan muchos de los fármacos antiinflamatorios, especialmente los inhibidores sintéticos de la ciclooxigenasa-2 (COX-2),. El uso derivado de estos fitoactivos dotados de evidencia científica y dada la gran cantidad de investigaciones que vinculan los efectos de las dietas con características antiinflamatorias con determinadas patologías, hace que, a mi juicio, sea de lamentar que este conocimiento no tenga más aplicabilidad práctica y se aconseje en su justa medida por los médicos.