En este precioso momento energético del año, el resurgir de la energía se hace tan evidente en los eventos naturales que es inevitable sentirlo también en el propio ser. Lo gestado en la intimidad, el silencio y la quietud del invierno, brota ahora en una armónica explosión de vitalidad en los ríos, la tierra, las plantas, los animales. El ambiente se impregna de los más bulliciosos colores, sonidos, aromas y sensaciones del ciclo anual, dando carácter a esta estación, símbolo de la creatividad y la creación en estado puro.
Sin embargo, una considerable parte de nuestra población asocia esta vivencia maravillosa a la reticencia, a la inseguridad, al deseo de seguir escondida tras los protectores y discretos abrigos del invierno, al sueño de querer parar el tiempo para evitar tener que sufrir el repetido reto anual de enfrentarse a mostrar un cuerpo que, cree, no cumple las expectativas estéticas.
¿Las expectativas de quién? deberíamos preguntarnos; sin embargo este enfoque, aunque valioso, no suele servir para resolver el conflicto individual. Miles de personas se enfrentan en estos meses a la enésima dieta de adelgazamiento con la esperanza de superar con éxito la prueba de la ropa ligera del verano. Lejos de querer alentar este punto de mira, abriremos aquí ventanas en otra dirección. Sabido es que nuestras sociedades adolecen de una elevadísima tasa de personas con sobrepeso y obesidad en todas las edades y estratos sociales. Múltiples estudios muestran que esta circunstancia favorece la enfermedad y que quien la padece ve aminorada su calidad de vida así como su longevidad respecto al resto de la población.
En base a estos datos estadísticos y a la realidad social que los sustenta, nos vemos inmersos cíclicamente en un bombardeo de dietas de choque y preparados mágicos, que prometen lo que no pueden dar, y que un público ávido de soluciones compra a ojos cerrados un año tras otro, frecuentemente con cierto escepticismo pegado a sus carnes. Sin embargo, sería conveniente matizar estas informaciones, porque tras el sobrepeso hay componentes diversos que no pueden resumirse en un cómputo de calorías ingeridas y calorías consumidas.
Por norma, los estudios nutricionales han girado y giran alrededor del análisis bioquímico de los alimentos. Tras años de trabajo se han ido elaborando tablas de composición que detallan el contenido en kilocalorías, hidratos de carbono, proteínas, grasas saturadas e insaturadas, vitaminas (A, E, C, D, B…) minerales (calcio, magnesio, sodio, potasio, zinc…) ácidos grasos esenciales, etc. que constantemente son ampliadas en un ilimitado afán de desmenuzar y catalogar los secretos más íntimos de cada producto que ingerimos, sea natural o transformado.
A pesar de ello, toda esta labor se revela insuficiente a la hora de resolver la prevalente presencia del sobrepeso mientras la población se debate entre el constante bombardeo de dietas que se revelan poco eficaces a largo plazo y la reiterada frustración. Y, es que…la bioquímica y las calorías no lo cuentan todo. El tejido adiposo está formado por células que contienen una gran proporción de grasa. Su papel en el organismo es múltiple y relevante.
Constituye una reserva energética muy eficaz, ya que permite almacenar los remanentes en el menor espacio posible y mantenerlos a la espera previniendo posibles situaciones de escasez. Retira de la circulación sustancias tóxicas preservando de sus efectos dañinos a los órganos y tejidos vitales.
Cumple una importante función de protección, cubriendo como un manto acolchado articulaciones y huesos, musculatura, órganos y vísceras, vasos, nervios… con el fin de amortiguar los roces, el contacto y posibles traumatismos y evitar así que sean dañados. El tejido graso rellena los espacios y sirve además como soporte a las estructuras internas. Cubre la necesidad de aislamiento térmico estableciendo una barrera encargada de mantener constante la adecuada temperatura corporal a pesar de los cambios ambientales.
Da forma al cuerpo, desempeñando un papel fundamental en la diferenciación sexual, ya que a partir de la pubertad, tanto su proporción como su distribución varían según se trate de un cuerpo de hombre o de mujer. Está implicado con diferentes hormonas reguladoras, por ejemplo, de la sensación de saciedad, de la gestión de la glucemia y del metabolismo de los ácidos grasos. Este interesante currículum, frecuentemente menospreciado, sugiere una mirada más cautelosa ante las modificaciones que pudieran acontecer a este nivel.
A mi parecer, es esencial que tengamos presente, en todo momento, que tras los indeseados kilos de más hay mucha historia que contar. En los organismos vivos, los cambios no suceden por azar, sino que conllevan una intención de adaptación. En consecuencia, debemos preguntarnos en base a qué y con qué fin, en un momento dado el organismo decide aumentar drásticamente su porcentaje de grasa. Qué necesidades del sistema son las que desencadenan y, después, mantienen en el tiempo esta situación de sobrepeso.
Entre las respuestas podemos encontrar demandas relacionadas con la protección frente a agresiones reales o hipotéticas, la gestión de la frialdad y la calidez, experiencias de aislamiento o de necesidad de guardar, valoraciones sobre la propia imagen, vivencias en relación con el exterior o con los otros o el modo particular de implicarse en el transcurrir de la vida. Es en el trasfondo de estas cuestiones donde radica la parte más oculta del problema. Cada caso de sobrepeso se da en un contexto individual y como tal hay que abordarlo, sabiendo que cada persona guarda en su interior las soluciones adecuadas para sí.
Por ello, no es acertado subestimar su alcance reduciéndolo a una cuestión numérica y, sobre todo, no es eficaz. La faceta más evidente del sobrepeso es la relacionada con la Nutrición. No cabe la menor duda de que en este asunto, la alimentación desempeña un papel primordial y que abordarla es ineludible si queremos obtener resultados visibles, rápidos y duraderos.
La pérdida de peso precisa de una revisión de la dieta habitual. Partiendo de ella, aplicaremos las correcciones necesarias para transformarla en una herramienta de Salud, respetuosa con los requerimientos del organismo en su conjunto y capaz de proporcionar equilibrio y restablecer el peso óptimo. El objetivo es corregir progresivamente el sobrepeso existente al tiempo que la persona observa y siente cómo se potencia su energía general; el objetivo es perder peso, ganando salud.
Es aquí donde la Macrobiótica entra en juego, ofreciendo un planteamiento realmente innovador e integrador. Aquí no hay calorías que sumar ni gramos que pesar porque el concepto del alimento es bien diferente. La base radica en la utilización de alimentos naturales e integrales que aseguran la mayor calidad y variedad de nutrientes y en la atención de las características individuales para adecuar los menús como si de un traje a medida se tratara.
Los beneficios obtenidos son múltiples:
– Asegura la saciedad y la satisfacción tras cada ingesta.
– Educa los hábitos alimentarios en pos de una salud integral a largo plazo.
– Proporciona evidentes beneficios físicos corrigiendo desarreglos y síntomas en los diferentes órganos y sistemas corporales, limitando posibles inflamaciones, regulando las funciones digestivas, limpiando y saneando la sangre, mejorando la calidad de la piel, la capacidad de concentración, la calidad del sueño, la resistencia al estrés, la función articular, etc.
– Aporta solidez emocional y sosiego que afianzan la autoestima.
– Proporciona tono a los tejidos y revitaliza la piel.
– Consigue pérdidas de peso constantes y evidentes desde el inicio.
Desde la Macrobiótica el diseño de los menús tiene como prioridad la óptima asimilación de los nutrientes en pos de una salud global. Para ello, se aportan al organismo alimentos ecológicos que éste reconoce y utiliza con facilidad, que tienen una alta eficacia metabólica y que no dejan residuos tóxicos que complicarían la función celular. Podríamos decir que se seleccionan alimentos en los que todo es útil, por lo que no quedarán residuos peligrosos ni remanentes que haya que almacenar en el tejido graso.
Cereales integrales, Legumbres, Verduras, Pescados, Semillas… productos con altísimo valor nutricional sustentan este planteamiento de alto rendimiento biológico. Constituyen una dieta sencilla, fácilmente adaptable al consumo individual y familiar que asegurará un peso correcto y estable en un cuerpo sano y vital. La asociación de condimentos específicos con efecto alcalinizante y/o antioxidante, el uso de algas (verduras marinas) y de proteínas vegetales contribuye a los magníficos resultados obtenidos.
Démosle a este nuestro cuerpo lo que necesita y él responderá con bienestar. Indaguemos en sus razones y él nos dará respuestas. Juguemos a su favor y él nos devolverá Salud. La Macrobiótica nos ofrece una magnífica palanca, un trampolín desde el que abordar el sobrepeso dando el salto definitivo de una manera fácil y muy saludable.
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