Todos los niños y niñas tienen esperanzas y sueños, incluso aquellos con discapacidad. Cuando se les brinda la oportunidad los niños y niñas con discapacidad son perfectamente capaces de superar obstáculos que atenten contra su inclusión, asumir en igualdad de condiciones el lugar que les corresponde en la sociedad y enriquecer la vida de sus comunidades. Sin embargo, un número sumamente alto de niños y niñas con discapacidad sencillamente no tienen la oportunidad de participar. Con demasiada frecuencia, estos niños se cuentan entre los últimos en beneficiarse de los recursos y los servicios, especialmente cuando son escasos. Y a menudo son objeto de lástima o, lo que es peor, discriminación y abuso, lo que les coloca entre los niños y niñas más invisibles y vulnerables del mundo. Su probabilidad de vivir en condiciones de pobreza es mayor que la de los niños y niñas sin discapacidad, incluso afrontan problemas adicionales debido a sus impedimentos y a los numerosos obstáculos que la sociedad pone a su paso. En muchos países, las respuestas más frecuentes a la situación de la infancia con discapacidad son la institucionalización, el abandono o el descuido, y con frecuencia no tienen una adecuada atención educativa, médica y emocional.
Las crisis humanitarias, como las que se derivan de guerras o los desastres naturales, afectan a niñas y niños directa e indirectamente: de forma directa por las heridas de los ataques, fuego de artillería, minas antipersona y traumas psicológicos; de forma indirecta, por ejemplo, con la interrupción de los servicios de salud que dejan muchas enfermedades sin tratamiento, inseguridad alimentaria que lleva la desnutrición etc. Además de verse forzados a separarse de sus familias y hogares. La inaccesibilidad de las rutas de evacuación pueden impedir que escapen durante una situación de crisis; un niño o niñas en silla de ruedas difícilmente huirá de un tsunami o de un tiroteo y quizás se vea abandonado por sus familiares.
Las privaciones que padecen los niños, las niñas y los adolescentes discapacitados constituyen una violación de sus derechos y del principio de equidad, que se relaciona estrechamente con la dignidad y los derechos de toda la infancia, incluyendo a los miembros más vulnerables y marginados de la sociedad. A veces se ignoran sus dificultades por no crear servicios concretos para ellos por entenderse que son costos a tener en cuenta. Pero un entorno accesible que procure la creación de productos, estructuras y entornos que puedan utilizar todas las personas- independientemente de su edad, capacidad o situación- sin necesidad de adaptaciones o proyectos especializados es rentable y beneficia a la comunidad en general. La inclusión en la sociedad de los niños y niñas con discapacidad es posible, pero exige ante todo, un cambio de percepción. En algún lugar, alguien le está diciendo a un niño que no puede jugar porque no tiene la capacidad de caminar, y a una niña alguien le está recordando que no puede aprender porque es invidente. Ser definido y juzgado por aquello de lo que se carece y no por aquello que se tiene. No es inusual considerar inferiores a los niños y niñas con discapacidad, intensificando de esta manera su vulnerabilidad.
Si la sociedad sigue viendo la discapacidad antes que al niño/a, el riesgo de exclusión y la discriminación permanecerán, pero si ponemos medios a su disposición no existirían barreras físicas, culturales, económicas, de actitud, de comunicación y de movilidad que impiden la realización de todos sus derechos. Subestimar el potencial de las personas con discapacidad es uno de los factores que más atenta contra su inclusión y su disfrute de la igualdad de oportunidades. Los niños y niñas con discapacidad tienen que ser parte de, no aparte de, la vida cotidiana de sus familias, comunidades y sociedades.