A veces en este teatro de la vida encontramos alguna cara que poco a poco se ha ido “apagando”, “oscurecida”, “sin brillo”… y no es por el efecto del sol ni de la melanina. Aparentemente nuestro personaje de hoy nos sonríe como siempre e incluso sus palabras son las habituales… creemos.
Aunque parece que hemos percibido una desazón… pero sin saber muy bien debido a qué empiezan a asaltarnos las dudas: ¿es el de siempre?¿ha cambiado?¿le he hecho algo? Es la misma, la de siempre. Pero ni siquiera ella lo sabe. Ha cambiado, sí. Pero no tanto como se supone. Ni siquiera como lo supone él. El único problema es que se ha acostumbrado a usar una máscara que lleva por letrero “no hay problema”. Alguna vez ha tratado de contar aquello que le angustió pero se ha dado cuenta de que para los demás o no es tan importante o lo le entienden.
¿Y para que agobiar a otros con lo que no pueden solucionar? Así que se le ven mala cara sufrirán. Es mejor ponerse máscara. Pero si continuamos con la máscara…¿cuánto tiempo tardará en ser él mismo quien se lo crea? Y eso es lo que ha pasado. Que ya no es el de antes porque tiene problemas, pero sobre todo porque tiene una máscara que le ha convencido de que es otra persona, otro personaje con vida perfecta y sin problemas.
Y si por casualidad al estar con él desplazamos esa máscara, por poco que sea, surgirá la desazón, la angustia por no saber comportarse sin la máscara; pero peor aún, por no saber quién es en realidad. ¡Ahora que estaba tan convencido de sí mismo y le tambaleamos! Balancear la cuerda floja de la vida perfecta que la sociedad o él mismo impone significa demostrar al mundo que no podemos con los problemas. Y lo malo no es que los demás lo sepan (aunque no guste): lo malo es que yo me de cuenta de que no llego donde tengo que llegar.
Tal vez incluso me crea que soy menos. O simplemente que no soy capaz de vivir como los demás: ¡Nadie tiene tantos problemas! ¡o tan tontos! A este personaje, de nombre Agrimonia, como la flor que le soluciona el problema no debemos acusarle de mentiroso. Edward Bach lo llamaba el payaso: con cara sonriente y divertida, lleno de colores pero que a veces lleva tanto maquillaje que da al ojo.
Por eso le hemos pillado. Por eso le ha fallado la máscara: porque ha sido excesiva. Y eso es lo que una pequeña flor amarilla le puede ayudar a cambiar. No ha tratado de mentir, ni tan siquiera de ocultar. Simplemente ha ejercido su habilidad de camaleón y se ha equivocado.
A Agrimonia hay que recordarle aquello de que disfrutamos con él en su vida maravillosa pero es cuando le comprendemos en los problemas cuando realmente nos acercamos a su alma. Si lo que necesita es abrirse, arriesgarse, descubrirse, 4 gotas de Agrimonia varias veces al día serán su mejor tijera para quitarle la careta.