¿Han oído alguna vez el término “procrastinar”? Viene a ser una variante de lo que toda la vida hemos llamado vaguear. Aplazar una obligación o trabajo que no nos resulta muy “inspirador”. Ya saben, servirse una taza de café, luego ajustar la silla, luego cambiar de lápiz, luego ir al baño... lo que sea para no sentarnos a revisar las facturas o hacer esa llamada a la tia Pepi. Pues resulta que, tras años  de procrastinación climática, la ventana de oportunidad para conseguir que el  calentamiento global se quede dentro de los límites lo menos catastróficos  posibles es pequeñísima.

Tanto que el informe del IPCC ―el grupo de científicos que desde hace  más de tres décadas sienta las bases del conocimiento sobre el calentamiento global— difundido a principios de abril tiene un sabor a  ultimátum. Porque, si se quiere cumplir el Acuerdo de París, se  requiere que las emisiones mundiales de  gases de  efecto invernadero alcancen el pico antes de 2025 para  luego caer de forma rápida  y profunda en los siguientes  30 años hasta casi  desaparecer en la segunda  mitad del siglo. El problema es que los planes climáticos actuales de los gobiernos del mundo apuntan a que las emisiones seguirán  creciendo durante esta década, lo que conduce a un calentamiento dos veces y media mayor del que ya está padeciendo el planeta y la humanidad.

¿Más cositas en las que  hemos andado procrastinando? Pues miren, el otro día vi un vídeo de hace más de 10 años donde el señor Borrell, excelentísimo alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, comentaba con gesto serio que era muy recomendable para Europa invertir en el desarrollo de energías renovables, no ya solo por el asunto climático, sino porque daba la casualidad que los principales países  productores de combustibles fósiles del mundo tenían gobiernos “poco fiables”. Me pregunto si por aquel entonces estaría pensando en Putin, o todavía le consideraba cuerdo.

En cualquier caso, la  capacidad de maniobra de Europa frente a los delirios megalómanos de Rusia sería hoy en día muy diferente si no dependiésemos de su suministro de gas para poner la calefacción.

Reflejando ese “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy” en nuestra vida diaria, invito a nuestros  lectores a ponerse en movimiento para mejorar su calidad y esperanza de vida. ¿Cómo? Moviéndose.

No hay edad límite para introducir los beneficios de la actividad física en  nuestras vías, solo hay que saber elegir las actividades que nos convienen y que nos agradan. El “deporte slow”, apto para todos los públicos, les espera en nuestro artículo central. ¡No hay excusa para seguir vagueando!