Descripción
Editorial, por Ruth Alday
Ajenos a los ritmos de la naturaleza, y en contra de lo que dicta la lógica y la climatología, unos grandes almacenes nos anuncian desde la pantalla del televisor que ya es Primavera. Y corremos a comprobar si nuestro armario está bien surtido de ropa de temporada, y nuestro cuerpo tiene un aspecto políticamente correcto para empezar a destaparlo… Vamos, nos apresuramos a cumplir con “lo que toca” en el decálogo del buen consumidor en esta época del año.
Como “Homo Consumidor” somos extremadamente influenciables frente a “temporadas”, “ofertas” y “precios especiales”. Vivimos en una sociedad consumista, y creemos falsamente que como nativos de este medio sabemos defendernos con habilidad en él. Y como consumidores expertos, vamos buscando la mejor relación calidad/precio en alimentos y productos, no nos gusta pagar más por algo que pensamos que no lo vale. Tendemos a pensar que el vendedor quiere sacar más margen del que le corresponde por el producto y que una sana competencia acaba poniendo a cada uno en su sitio. No nos paramos a pensar lo que realmente nos cuesta ese producto tan barato.
Jules N. Pretty, de la Universidad de Essex, Reino Unido, plantea que los ciudadanos pagamos tres veces por los alimentos: una al comprarlos, otra al pagar de nuestros impuestos las ayudas agrarias que los gobiernos establecen para controlar la producción y con ella los mercados, y aún otra tercera, cuando intentamos arreglar los efectos nocivos ambientales (incluida la salud personal) que provocan estos sistemas convencionales de producción. Son los denominados costes ocultos o externalidades, propios de los sistemas convencionales de producción, y que son mucho más reducidos e incluso inexistentes si optamos por productos ecológicos y de producción sostenible, aunque en un primer momento su precio nos parezca excesivo.
Los sistemas convencionales de producción de bienes y alimentos, causan efectos graves en la salud tanto de los ecosistemas como de los seres humanos, resultando insostenibles (ambiental, social y económicamente hablando) a corto y medio plazo para las sociedades que los soportan. Y qué decir de la deslocalización de la producción de bienes que propicia la globalización. Disponer de productos nuevos asequibles de forma constante implica también que se dañe el tejido productivo y se pierdan puestos de trabajo en nuestros propios países buscando abaratar los costes de producción, sin tener en cuenta que esos productores “baratos” respeten los derechos laborales y medioambientales. Así pues, la próxima vez que nos sintamos llamados por el deseo de consumir, analicemos con inteligencia y criterio qué y cómo compramos. No nos quedemos en la punta del iceberg.
Y ahora, mientras leemos tranquilamente esta nueva edición de nuestra revista, esperemos que la Primavera de verdad llegue a nosotros. Cuando la naturaleza, que es infinitamente sabia, así lo decida.
RUTH ALDAY. Directora de Vida Natural.
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